Cuento Hansel y Gretel: adaptación del cuento de los Hermanos Grimm
En una cabaña cerca del bosque vivía un leñador con sus dos hijos, que se llamaban Hansel y Gretel.
El hombre se había casado por segunda vez con una mujer que no quería a los niños. Siempre se quejaba de que comían demasiado y que, por su culpa, el dinero no les llegaba para nada.
– Ya no nos quedan monedas para comprar ni leche ni carne – dijo un día la madrastra –. A este paso, moriremos todos de hambre.
– Mujer… Los niños están creciendo y lo poco que tenemos es para comprar comida para ellos – contestó compungido el padre.
– ¡No! ¡Hay otra solución! Tus hijos son lo bastante espabilados como para buscarse la vida ellos solos, así que mañana iremos al bosque y les abandonaremos allí. Seguro que con su ingenio conseguirán sobrevivir sin problemas y encontrarán un nuevo lugar para vivir – ordenó la madrastra envuelta en ira.
– ¿Cómo voy a abandonar a mis hijos a su suerte? ¡Son sólo unos niños!
– ¡No hay más que hablar! – siguió gritando –. Nosotros viviremos más desahogados y ellos, que son jóvenes, encontrarán la manera de salir adelante por sí mismos.
Pinocho
Había una vez un carpintero llamado Maestro Cereza, era el artesano más anciano de la región y sus arrugadas manos eran capaces de hacer auténticas obras de arte con la madera. Pese a su avanzada edad, todos los días el Maestro Cereza subía a lo alto del monte a talar la madera que necesitaba para hacer sus trabajos.
Una fría mañana de invierno, Cereza encontró un extraño tocón de madera en medio de la espesura del bosque. Tenía un color maravilloso, casi parecía brillar. Además, frente al aspecto tosco y salvaje de los troncos de la zona, este parecía haber sido ya pulido y tratado con barniz. El anciano carpintero, lo ató a su espalda y se encaminó de vuelta a su taller, pensando en lo maravillados que quedarían todos los habitantes del pueblo al ver la mesa que podría tallar con esa madera tan espectacular.
Al llegar al taller, el maestro preparó rápidamente sus herramientas y cuando estaba a punto de cortarlo, el trozo de madera comenzó a hablar.
– ¡No me hagas daño, por favor!
El maestro carpintero pensó que estaba soñando, se restregó los ojos y agarró su punzón favorito. Muy despacio, colocó la punta sobre la madera y apretó un poquito…
– ¡Ay! ¡Ay! ¡No me pinches!
Asustado, Maestro Cereza pensó que era una buena idea deshacerse de él inmediatamente. Si se lo decía a alguien, pensaría que estaba loco; así que la dejó encima de la mesa y se puso su abrigo para salir a tomar el aire. Nada más abrir la puerta, chocó de bruces con su vecino Geppetto que estaba en la puerta.
El barrio donde ambos vivían era el lugar donde trabajaban y habitaban todos los artesanos de la madera. Allí había carpinteros, ebanistas, zapateros… Geppetto hacía zapatos y marionetas y esa mañana había acudido al Maestro Cereza para contarle un nuevo proyecto que tenía en mente:
¡Quería hacer una marioneta! Pero no una cualquiera, su títere sería el más grande de la ciudad, casi del tamaño de un niño de verdad.
Entonces, el Maestro Cereza vio la oportunidad de deshacerse de ese tronco de madera tan extraño. Se lo regaló a Geppetto y este, loco de contento, volvió a casa con el trozo de madera bajo el brazo, pensando en el nombre que le pondría al títere: «¡Lo llamaré Pinocho! ¡Ese nombre le traerá suerte!».
Cuando llegó a su taller, empezó a tallar, pero de repente…
– ¡Ay, me haces daño!- dijo el trozo de madera.
Para su sorpresa, la pieza de madera estaba hablando a Geppetto. Por imposible que parezca, el hecho de que ese trozo de madera hablara, no le resultó inquietante. Cogió un paño, le pasó un poco de barniz por encima y le dijo muy tranquilamente:
– Voy a tallarte muy despacio, no vas a notar más que unas cosquillas.
El buen hombre, entusiasmado, continuó su trabajo: primero modeló la cabeza, el pelo y, luego, los ojos que inmediatamente comenzaron a mirarlo.
Cuento El Patito Feo: adaptación del cuento de Hans C. Andersen
Era una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los animales que allí vivían se sentían felices bajo el cálido sol,
en especial una pata que de un momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo.
– ¡Hace un día maravilloso!– pensaba la pata mientras reposaba sobre los huevos para darles calor-. Sería ideal que hoy nacieran mis hijitos. Estoy deseando verlos porque seguro que serán los más bonitos del mundo.
Y parece que se cumplieron sus deseos, porque a media tarde, cuando todo el campo estaba en silencio, se oyeron unos crujidos que despertaron a la futura madre.
¡Sí, había llegado la hora! Los cascarones comenzaron a romperse y, muy despacio, fueron asomando una a una las cabecitas de los pollitos.
– ¡Pero qué preciosos sois, hijos míos! – exclamó la orgullosa madre-. Así de lindos os había imaginado.
Sólo faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió estirar el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón.
– ¡Mami, mami! – dijo el extraño pollito con voz chillona.
¡La pata, cuando le vio, se quedó espantada! No era un patito amarillo y regordete como los demás, sino un pato grande, gordo y negro que no se parecía nada a sus hermanos.
– ¿Mami?… ¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido una cosa tan fea? – le increpó – ¡Vete de aquí, impostor!
Y el pobre patito, con la cabeza gacha, se alejó del estanque mientras de fondo oía las risas de sus hermanos, burlándose de él.
Cuento Los tres Cerditos: adaptación del cuento popular
Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque.
A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos.
Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos.
El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos.
El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de trabajar.
Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con otros animales.
– ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando.
El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa confortable pero sobre todo indestructible, así que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día, el cerdito se afanó en hacer la mejor casa posible.
Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias.
– ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros.
Cuento El Mago de OZ, adaptación del libro infantil
Dorothy vivía con sus tíos en una hermosa casa de madera en medio del campo, era una región poco poblada y muy árida. Como único compañero de juego tenía a Totó, un perrito revoltoso e inteligente.
Un día un terrible tornado apareció de la nada y se tragó por completo la casa y el granero. Dorothy y Totó, que estaban jugando dentro, se asustaron mucho al notar como la casa se despegaba del suelo. Al asomarse a la ventana y ver aquella enorme casa volando en círculos por todo el terreno, no podían creerlo. La casa se mantuvo girando dos o tres veces en el aire, pero luego comenzó a volar en silencio, arrastrada por el viento…
Estuvieron así varios días, incrédulos sin poder dejar de mirar por la ventana, hasta que la casa comenzó a subir y subir, hasta el punto en que solo podían ver nubes.
Pasaron varios días más hasta que, una mañana, Totó y Dorothy se despertaron con un ruido de madera que crujía. La casa estaba aterrizando sobre un hermoso césped de un verde brillante. Dorothy ya no tenía miedo y, empujada por la curiosidad, comenzó a salir poco a poco para mirar a su alrededor.
No había rastro de sus tíos, de la granja, de los demás animales ni de los vecinos… ¿Cómo volverían a casa? ¿Estaban muy lejos? ¿Dónde estaban?
Dorothy decidió que había que aventurarse en la espesura del bosque para tratar de encontrar la forma de volver a su casa. Quizás un leñador les podría indicar el camino… Así que eso hizo, junto a su amigo Totó, comenzó a caminar bosque a través.
Apenas habían recorrido unos metros cuando, en medio del bosque, la niña pudo divisar un extraño camino. Entre los arbustos y el césped cubierto de hojas, aparecían unas grandes baldosas amarillas, de un color parecido al oro, que se colocaban amontonadas: grandes, pequeñas y medianas, cuadradas y redondas, una a una iban conformando un serpenteante camino que se adentraba en el bosque.
Sin dudarlo, Dorothy comenzó a caminar sobre las baldosas, dando alegras saltos y canturreando; mientras que Totó, algo más prudente, olisqueaba bien ese curioso suelo.
Pasaron las horas sin ver a nadie. Cuando, a lo lejos, pudieron ver un espantapájaros que estaba justo al borde del camino. Se pararon a observarlo un rato y, para su sorpresa, el espantapájaros se quito el sombrero y dijo:
– ¡Buenas tardes!
¡Dorothy casi se cae del susto! Por su parte, Totó comenzó a ladrar y gruñir. ¿Un espantapájaros que habla?
– Perdona si te he asustado. ¿Tú también vas a ver al Mago de Oz?- preguntó el espantapájaros.
– ¿Quién es ese mago?- contestó Dorothy que aún no podía creer que estaba hablando con un espantapájaros de trapo.
– ¡Es el hombre más sabio y poderoso del mundo! Todo lo que deseas, él puede encontrarlo. Yo me dirijo a Oz para pedirle un cerebro, estoy cansado de tener la cabeza llena de paja.
Entonces, Dorothy supo que, si quería encontrar la forma de volver a su casa, aquel mago debía saber la forma de hacerlo. Decidió acompañar al espantapájaros, después de tener que separarle de Totó varias veces: en cuanto se descuidaba, el pequeño perro le mordía los tobillos de paja.
En el camino se encontraron con un hombre de hojalata que estaba sentado en una piedra poniendo caras raras.
– ¿Qué te sucede?- le preguntó Dorothy extrañada.
El hombre de hojalata, torció el labio y comenzó a hacer unos sonidos extraños que sonaban a lata hueca.
– Estoy triste- dijo. Había algo raro en su cara.
El espantapájaros, demostrando que en vez de cerebro tenía paja, dijo lo primero que pasó por su cabeza:
– No pareces triste, pareces más bien asustado, feliz, enfadado, alegre, aliviado y cansado… ¡Todo a la vez!
– Ese es mi problema- replicó el hombre de hojalata-. No tengo sentimientos, necesito un corazón para poder sentir de verdad.
Dorothy, Totó y el espantapájaros invitaron al hombre de hojalata a que les acompañara en busca del Mago de Oz. Así cada uno podría conseguir lo que quería.
De repente, apareció un león en el camino. Todos se asustaron porque no se imaginaban que era el león más cobarde del mundo. Quería ser valiente, pero no sabía cómo hacerlo. ¡Hasta tenía miedo de su sombra!
El león estaba en mitad del camino. Caminaba distraído por él, olisqueando el suelo y parándose para lamerse las patas. De pronto, giró la cabeza y se quedó petrificado al ver a Dorothy, a Toto y a sus nuevos amigos que estaban totalmente quietos y con cara de miedo.
El asustadizo león pensó que algo terrible debía de haber entre los matorrales (justo detrás de él) y, por eso, aquellas personas tenían esas caras de miedo. El espantapájaros volvió a decir lo primero que le pasó por la cabeza.
– ¡No nos comas leoncito, no nos comas! Y si quieres comer, que no sea a mí. Soy de paja y no tengo buen sabor.
– ¿Comeros yooooo?- preguntó el león muy extrañado-. ¡Si pensaba que había una bestia detrás de mí que nos iba a comer a todos!
La carcajada fue general, una confusión muy divertida.
– ¡Me siento alegre!- exclamaba el hombre de hojalata una y otra vez.
Pronto hicieron buenas migas con aquel león que les contó su problema para ser valiente. Así que juntos emprendieron el viaje al lejano reino de Oz para hacer sus peticiones al mago.
En dirección al castillo del mago, el paisaje se volvió cada vez más extraño y fascinante: curiosas flores y plantas gigantescas sonreían a los recién llegados. En un momento dado, en la cima de una montaña lejana, apareció un enorme castillo. ¡Allí vivía el Mago de Oz!
¡Por fin estaban llegando! Sólo tenían que caminar por la larga avenida de baldosas amarillas hasta llegar al castillo y pedirle al mago que cumpliera sus deseos.
Cuando llegaron a la puerta, antes de llamar, se prepararon para encontrarse con el Mago de Oz: Dorothy se peinó los rizos y pasó la mano por Totó para peinarle también, el león sacudió el polvo de su melena, el espantapájaros comprobó que tenía el relleno bien apretado y el hombre de hojalata se echó unas gotitas de aceite en las rodillas para no hacer ruido al caminar.
Una vez que entraron, encontraron a un anciano con una tierna mirada en su cara. Dorothy le contó toda su historia y, después de escuchar sus peticiones, el Mago decidió cumplirlas, dándole a cada uno lo que realmente quería:
Dorothy soñaba con abrazar a sus tíos de nuevo.
El hombre de hojalata quería tener un latido en el pecho que le hiciera sentir.
El león, tener el valor que se espera de él.
Y el espantapájaros quería tener inteligencia y no una cabeza llena de paja.
Totó también cumplió sus deseos : el Mago le concedió un enorme hueso inagotable para morder y relamerse una y otra vez.
Todos juntos celebraron que, pese al largo camino, habían conseguido lo que buscaban. La fiesta se alargó hasta muy tarde y Dorothy se quedó dormida abrazada a Totó.
Cuando despertó, estaba en su cama, en su casa y todo estaba en su sitio. Además, sus tíos le esperaban para desayunar. Dorothy se preguntaba si había soñado todo aquello hasta que al irse a calzar, vio que la suela de sus zapatos estaba teñida de amarillo. Fue a buscar a Totó que se encontraba en el jardín mordiendo un hueso gigantesco y, sin salir de su asombro, notó como unas cuantas briznas de paja caían de su cabeza.
~ FIN ~
Resumen de Bambi, el cuento original de Disney
El primer día de la primavera fue muy especial en el bosque porque coincidió con el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad. Todos los animales como la ardilla, el ratoncito, el conejo, la comadreja y los pájaros fueron a dar la bienvenida a Bambi, el tierno cervatillo recién nacido.
Era muy simpático, apenas se podía levantar con sus delgadas piernas y cuando lo hacía, se tambaleaba y caía… ¡Era hasta divertido verlo! Tenía dos ojos grandes que miraban todo con curiosidad y una piel de color marrón chocolate moteada con manchitas color canela. A medida que pasaban los días, Bambi fue creciendo y ya se podía mantener en pie, andar, saltar y correr. Le encantaba descubrir la naturaleza correteando por el bosque junto con el conejito Tambor, ambos eran amigos inseparables.
El invierno llegó una mañana y pilló a Bambi por sorpresa. Al despertar, se dio cuenta de que todo estaba cubierto de una manta de nieve, así que salió corriendo a jugar con sus amigos en el bosque. Estuvieron horas corriendo bosque a dentro, buscando siempre nieve fresca que ningún otro animal hubiera pisado… Cuando, de pronto, en la lejanía escucharon un ruido ensordecedor.
¡Pummmmmmm!
¡Eran cazadores! Esos seres humanos crueles habían disparado a la mamá de Bambi y se la habían llevado.
Bambi se quedó solo, muy triste y, aunque sus amigos trataban de estar cerca de él, no tenía ganas de jugar, ni de saltar ni de hacer nada. Los otros ciervos cuidaban de él, pero Bambi no entendía por qué aquellos hombres con ropas extrañas se habían llevado a su madre.
Por suerte el invierno acabó y las primeras flores de la primavera comenzaron a alegrar el paisaje.
Un día, Bambi estaba buscando algunas briznas de hierba fresca para comer, cuando apareció una cierva de color canela y manchas chocolate de entre lo matorrales, con unos ojos enormes que brillaban al contraste con el sol. Era la cierva más guapa que Bambi había visto en su vida y, en el momento en que ambos se miraron, quedaron enamorados.
La vida le sonreía de nuevo a Bambi, ahora salían a correr y dar paseos juntos, jugaban a perseguir a las mariposas o a nadar en la parte baja del río.
Pero, de nuevo, el hombre apareció en las vidas de Bambi y sus amigos. Una noche, otro grupo de cazadores apareció en el bosque con jaulas, trampas, llevaban unas lámparas para poder ver en la oscuridad y, accidentalmente, una de ellas cayó al suelo, quemando las hojas secas… Antes de marcharse, un incendio comenzó a propagarse desde lo más profundo del bosque y, en cuestión de minutos, los animales que allí vivían tuvieron que salir dejando atrás su hogar.
Bambi, haciendo gala de su valentía, ayudó a todos, grandes y pequeños, a salir de allí lo que le costó que una rama ardiendo golpeara una de sus patas y casi quedara atrapado en el fuego.
Cuando todo pasó, el bosque era un paisaje desolador, todo estaba quemado. Bambi conocía bien el terreno y pudo guiar a sus amigos a un nuevo lugar, donde nunca fueron encontrados por otros cazadores y pudieron vivir felices y tranquilos para siempre.
-FIN-
Cuento Blancanieves.
En un país muy lejano vivía hace muchos años una pequeña princesa, una niña muy bonita que tenía el cabello negro como el azabache, las mejillas de un rojo como la sangre y el cutis tan blanco como la nieve, por lo que todo el mundo la conocía como Blancanieves.
Tenía una madrastra que era una mujer bella, pero tan orgullosa y arrogante que no soportaba que nadie la superara en belleza. Por eso se pasaba todo el día mirándose al espejo y preguntando:
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
A lo que el espejo respondía:
– No hay ninguna duda. La más bella del reino sois vos, majestad. Era un espejo que siempre decía la verdad, por eso ella quedaba satisfecha.
Pero Blancanieves a medida que iba creciendo, lo iba haciendo también en belleza y cuando cumplió quince años era tan bella como la luz del día y más hermosa aún que la reina.
Un día ocurrió que cuando la reina le preguntó al espejo…
– Espejito, espejito mágico, ¿quién es la más hermosa del reino?
El espejo respondió:
– La reina es hermosa en este lugar, pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina se puso amarilla de la rabia y cada vez que veía a la bella Blancanieves sentía una terrible envidia.
Llegó un día en que la malvada madrastra no soportaba más su presencia. Entones, llamó a un cazador y le ordenó que la llevará al bosque para matarla.
Cuento de Rapunzel adaptado para niños
Érase una vez una mujer llamada Anna que vivía infeliz porque, tras varios años de matrimonio, no había cumplido su gran deseo de ser madre. La falta de esperanza le hacía sentirse tan mal, tan deprimida, que llegó un momento en que todo lo que sucedía a su alrededor dejó de interesarle.
Ya no se le escuchaba canturrear mientras cocinaba su famoso pastel de carne, ni daba largos paseos las tardes de sol. Su día a día se limitaba a subir a la buhardilla y sentarse junto a la ventana a contemplar el jardín que su vecina, una bruja con fama de malvada, poseía al otro lado del muro que delimitaba su casa. Y así, entre suspiro y suspiro, en silencio y casi sin comer, pasaba las horas sumida en la más profunda de las melancolías.
Su querido esposo Robert, que la amaba con locura, estaba realmente preocupado por su salud y se sintió en la obligación de darle un toque de atención.
– Querida, no puedes seguir así. ¡Tienes que animarte un poco o acabarás enfermando!
La mujer parecía ausente, como si alguien le hubiera robado la fuerza necesaria para vivir.
– Anna, por favor, te estoy hablando muy en serio. ¡Reacciona!
Las palabras de Robert hicieron cierto efecto; Anna, con la mirada fija en el cristal, levantó el dedo índice y balbuceó:
– ¿Ves aquellas flores que crecen en el jardín de la bruja Gothel? ¿Las de color azul intenso?
Robert miró a lo lejos y asintió.
– ¡Claro que las veo! ¿Por qué lo dices?
– Tan solo una infusión hecha con sus raíces podría sanar el enorme dolor que habita en mi corazón.
El hombre se angustió al pensar que debía invadir una propiedad que no era suya, pero también era consciente de que, si quería salvar a su mujer, no le quedaba otra que armarse de valor e ir a buscar esas flores. Tragándose todos los miedos, le susurró:
– Tranquila, mi amor; esta misma noche prepararé esa bebida para ti.
El bueno de Robert aguardó pacientemente a que asomara la luna para salir al patio trasero y llegar hasta el muro. Amparado por la oscuridad trepó por él, descendió por el lado que daba al jardín de la bruja, y corrió hasta donde florecían las delicadas campanillas. Había tantas que en un pispás formó un bonito ramillete.
– Supongo que son suficientes, así que ¡manos a la obra!
Nervioso como una lagartija volvió sobre sus pasos y se fue directo a la cocina. Avivó el fuego para hervir las raíces, y lista la infusión, se la ofreció a su esposa.
Cuento La bella durmiente.
Vivían en un lejano país, hace muchos años, un rey y una reina que cada día se decían:
– ¡Ah, qué felices seríamos si tuviéramos un niño!
Un día que la reina estaba junto a un estanque, saltó una rana a tierra y le dijo:
– Tu deseo se verá realizado y, antes de un año, tendrás una hija.
Lo que la rana dijo se hizo realidad y la reina tuvo una niña. Era tan preciosa que el rey no podía ocultar su gran dicha, así que decidió dar una gran fiesta para celebrar el nacimiento de la princesa.
Invitó a sus familiares, amigos y conocidos, también a las hadas del reino para que fueran amables y generosas con la niña.
La fiesta se celebró con el máximo esplendor y las hadas obsequiaron a la niña con increíbles y extraordinarios regalos: la primera le regaló el don de ser la más bella; la segunda, el don de la bondad; la tercera, toda clase de riquezas… y así cada una de las hadas buenas iban regalando a la niña lo mejor que se puede desear en el mundo.
Cuando todas las hadas, menos la más joven, habían ya obsequiado con sus fabulosos regalos a la princesa, llegó un hada que no había sido invita y quería vengarse.
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